Publicacion: 14/07/08
Winston Churchill, político, ministro liberal y primer ministro británico durante el período de la Segunda Guerra Mundial (1940-1945), fue, entre otras cosas, autor de frases célebres, tales como: “El problema del capitalismo es: la desigual distribución de la riqueza; y el del socialismo es: la igual distribución de la miseria”. En 1924 se pasó a las filas del partido conservador desesperado y alarmado por el avance del ideal socialista, se volvió esquizofrénico solicitando intervención militar contra la naciente revolución bolchevique, pero aún no se imaginaba que sería la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) quien, sobre sus veinte millones de cadáveres, sus esfuerzos y sacrificios, evitaría que el fascismo alemán permaneciera por unas cuantas décadas dominando el mundo y, especialmente, a Inglaterra y Francia.
Bueno, sabiendo ya, que el Sir (título honorífico inglés al cual no tienen acceso los explotados y oprimidos) Winston Churchill, experto en cant inglés (arte de mentir) es el autor del concepto que identifica este artículo y es de notar, muy fácilmente, que nunca se ocupó de estudiar a Marx, por lo cual desconocía que, precisamente, por haber vivido éste en Londres –siendo Inglaterra el país más desarrollado del mundo en su momento- fue lo que le permitió legar a la humanidad y a las ciencias la concepción materialista de la historia y, esencialmente, “El capital”, como esa obra cumbre de la economía política que desentraña todas las fundamentales realidades del capitalismo y la inevitabilidad de su derrumbe para que se establezca el socialismo. El Sir Churchill limitó sus conocimientos sociales, simplemente, a las percepciones del capitalismo. De allí su odio enconado contra el comunismo. De allí, tal vez como capitalista que fue, su burla a su propio cinismo de imaginarse que el marxismo ofrecía un socialismo de igualdad anatómica, fisiológica y psicológica. Nunca Inglaterra ha dejado de pensar en ser la monarquía que domine a su antojo el resto del mundo. El que Estados Unidos se le haya atravesado en su camino y reducido su poder –y hasta sometida- no es culpa del comunismo, sino del proletariado estadounidense e inglés en lo particular, que nunca jamás han jugado su verdadero papel emancipador del mundo.
Sir Winston Churchill fue ganador del premio Nóbel de Literatura en 1953. No conozco de la obra literaria de Churchill o, mejor dicho, si ese premio se lo otorgaron por haber escrito “Memorias” en seis volúmenes. Pero “Memorias” huele más a autobiografía –o en última instancia a historia- que a literatura. En verdad, no las he leído. Pero no es del Churchill literato que debemos ocuparnos en este caso, sino de su concepto, donde sostiene que “El capitalismo es: la desigual distribución de la riqueza; y el socialismo es: la igual distribución de la miseria”. Busquemos ¿cuántas verdades o mentiras hay en la conclusión del Sir Churchill?
Empecemos diciendo que ese concepto, como conclusión de un estudio profundo del capitalismo y del socialismo, no es más que una vulgar perogrullada que falsifica toda la esencia de cada uno de esas dos formaciones económico-sociales, pero con marcada preferencia de mala intención al socialismo. El cristianismo, por ejemplo, y varios siglos antes de conocerse el capitalismo, fundamentó su ideal y su lucha contra el Imperio Romano, precisamente, en creer que la causa de los grandes males sociales de su época era la desigualdad en la distribución de la riqueza. Y dieciocho siglos después, cuando se produce la célebre Revolución Burguesa Francesa en 1789 derrumbando al régimen feudal prometiendo la liberté, igalité y fraternité, lo que se hizo fue incrementar, a través de otros métodos más sofisticados que los anteriores, la explotación y la opresión de los trabajadores por los propietarios de los medios de producción, lo que condujo a elevar los niveles de la desigualdad en la distribución de la riqueza. Y ciento cincuenta y un años después del triunfo de la Revolución burguesa en Francia, asumiendo el Sir Winston Churchill el cargo de primer ministro británico, la concentración de los medios de producción en pocos grandes monopolios, más que antes, daba como resultado mayor desigualdad en la distribución de la riqueza. Y ese régimen fue sostenido por el Sir Churchill y nada hizo para imponer políticas que distribuyeran la riqueza en base a los principios que motivaron el espíritu de la revolución burguesa, siendo entre ellos el de igalité uno de los tres principales, es decir, igualdad.
Pero aceptemos que el Sir Winston Churchill, como vocero político de la sociedad inglesa -en su turno de gobernante- para que no se exterminara en un eterno combate de lucha de clases, no gozaba de potestad para hacer cambiar de conciencia a los pocos amos de la riqueza y la distribuyeran con igualdad entre toda la población de su nación. Eso no hace más que reflejar que el político Churchill no tenía noción de los elementales conceptos de la economía política o, por lo menos, pensaba como el inglés que disfruta de todo un ejército de servicio doméstico que todo se lo tiene listo –para su uso- en tiempo preciso y necesario. El Sir Churchill, parecía interesarse exclusivamente, de los economistas burgueses clásicos que se dedicaron, casi por completo, al estudio de la proporción cuantitativa en que la riqueza se distribuía entre quienes la producen (los obreros) y los poseedores de los medios de producción (los burgueses). Y, debemos reconocer, además, que Sir Churchill, algo de su tiempo invirtió en escudriñar, por compatibilidad de criterios, a socialistas utópicos que consideraban la distribución de la riqueza en el capitalismo como desigual, pero mientras esos socialistas intentaron en vano -siendo prisioneros de las categorías económicas al mismo tiempo que los economistas burgueses clásicos- descubrir o hacer pruebas de medios utópicos para acabar con la injusticia, el Sir Winston –que estaba claro en la desigualdad de la distribución de la riqueza en el capitalismo-, se fue al sepulcro sin que jamás condenara a la burguesía y a la monarquía inglesas que con tanto amor y fidelidad les sirvió desde el Estado británico en contra de los intereses y de la verdadera justicia social para el pueblo inglés.
El Sir Churchill, conocedor de lo perverso del capitalismo, dedujo de la distribución desigual que hace éste de la riqueza una perogrullada aun mayor, grotesca, infame, tendenciosa y mentirosa: el socialismo es: igual distribución de la miseria. El Sir Winston no encontró ninguna razón de miseria en el capitalismo, aunque sí sabía de sobra que hacía una desigual distribución de la riqueza. Un verdadero científico de la anatomía, por ejemplo, sería incapaz de dar una definición de la función de las extremidades sin conocer correctamente las funciones de la cabeza y el tronco del cuerpo humano. El Sir Churchill nunca se detuvo en pensar que la distribución de la riqueza es un efecto táctico de un modo de producción y no una causa estratégica. Esta se encuentra en la propiedad de los medios de producción. Así de sencillo. ¿Cómo podría existir el capitalismo si hiciera una igual distribución de la riqueza? ¿Para qué entonces ricos y pobres, la existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción o lucha de clases?
Precisamente, los cristianos, en tiempo del Imperio Romano, nunca pudieron ser socialistas verdaderos, porque su lucha se limitó exclusivamente a exigir la justa distribución de la riqueza dejando los medios de producción en manos de la propiedad privada. En cambio, para Marx, la esencia de su doctrina parte de la necesidad que los medios de producción pasen a manos de toda la sociedad y desaparezca la propiedad privada, ya que de ésta nacen los grandes males sociales. De allí su vaticinio de que el comunismo será el modo de producción que sustituirá al capitalismo. Pero, al mismo tiempo, señaló que la primera fase se denominaría socialismo y, además, que habría un período de transición entre el capitalismo y el socialismo.
Ni Marx ni Engels, como tampoco ni Lenin ni Trotsky, dijeron nunca que el socialismo sea la igualdad en la distribución de la riqueza. Si eso lo hubieran dicho: ¿para qué la segunda fase que Marx denominó comunista? ¿Para qué vestigios del derecho burgués en la segunda fase de la sociedad comunista? Que el Sir Winston Churchill eso desconociera u ocultase su conocimiento no es culpa de los socialistas –en general- ni de los ingleses –en lo particular-. Los intereses económicos priman sobre el resto de intereses sociales. Ha sido y será siempre así mientras haya necesidad de explotar y oprimir el trabajo ajeno.
Quizá, el Sir Churchill no se imaginó, no comprendió o nunca se preocupó por averiguar que el capitalismo, al preparar las condiciones y fuerzas del socialismo (técnica, ciencia y proletariado), no hace más que reflejar con certeza que en una transición de un modo de producción a otro la nueva sociedad no está en capacidad de desplazar integralmente a la vieja; y, mucho menos, pensarse que el socialismo en sus inicios podrá lograr que el trabajo sea de acuerdo a la capacidad de la persona ni tampoco podrá recompensarla de acuerdo a sus necesidades. En el desarrollo del socialismo, para conquistar sus fines estratégicos, se requiere -para el crecimiento de las fuerzas productivas- que la economía se guíe por las normas habituales de la distribución de la riqueza de acuerdo a la cantidad y la calidad del trabajo individual y eso, quiérase o no entenderlo, es desigualdad en el capitalismo como en el socialismo, pero éste en sus comienzos, entre otras diferencias con aquel, plantea el extremo desarrollo de la circulación de mercancías para que no se produzcan los traumas que, no en pocas ocasiones, planifica el capitalismo para imponer sus políticas de miseria para los muchos y enriquecimiento para los pocos.
El socialismo, tampoco eso entendió Sir Churchill, nunca podrá borrar, por medio de un decreto humanitario, el interés individual inmediato, el egoísmo del productor ni del consumidor del sistema de planificación de la economía ni restarles su utilidad execrando la seguridad y flexibilidad del dinero. De allí que, desconocido o negado por el Sir Winston, ningún rendimiento del trabajo ni el mejoramiento de la calidad de la producción podrán ser concebidos sin un hilo conductor de medida que se introduzca libremente en todos los poros de la economía o, en otros términos, sin una sólida cohesión monetaria. De tal manera que ni la función del dinero ni la explotación al trabajo, nunca lo dijeron ni lo prometieron los forjadores del socialismo científico, podrá ser suprimida en los comienzos de la revolución socialista, sino, más bien, traspasadas a las funciones del Estado proletario como monopolio del comercio, bancario e industrial global.
El Estado socialista, a diferencia del Estado capitalista antes de extinguirse aquel, conlleva la participación verdadera del pueblo en la planificación y dirección de la democracia política; y, de otra parte, pondrá en función una palanca financiera, producto “… de la verificación efectiva de los cálculos a priori, por medio de un equivalente general, lo que es imposible sin un sistema monetario estable.”, como lo dice Trotsky. Eso quiere decir, entre otras cosas durante un largo trecho de desarrollo de la sociedad socialista, que “… las funciones más elementales del dinero, medida de valor, medio de circulación y de pago, se conservarán y adquirirán, al mismo tiempo, un campo de acción más amplio que el que tuvieron en el régimen capitalista”, como igual lo sostiene Trotsky. En términos más sencillos para aclaratoria de Sir Churchill que ya no está vivo para enterarse: los socialistas, por lo menos los que creen en el marxismo, no ofrecen jamás la igualdad en la distribución de la riqueza en la sociedad socialista, mientras que el capitalismo sí la ofreció –en francés: egalité- y nunca lo ha cumplido, porque su entraña es la desigualdad en todos los órdenes de la vida económico-social, debido a que su régimen se fundamenta en la propiedad privada sobre los medios de producción.
El término de igualdad o egalité, para un marxista, no es medir con un mismo rasero a todo el mundo. No, se relaciona a ese momento en que cada cual pueda trabajar de acuerdo a su capacidad y cada cual reciba de acuerdo a sus necesidades. Eso es el principio sin el cual la sociedad comunista no podría atribuirse ese nombre tan sagrado de la emancipación social. La igualdad o egalité perfecta sólo es obra de una mente que hace su disfrute individual en la perversión de sus propias divagaciones oportunitas o demagógicas. ¿A quién se le puede ocurrir que el mundo llegará a una fase en que todos tengan el mismo nivel de inteligencia, en que todos tengan el mismo nivel de conocimientos, en que todos inviertan todo su tiempo en las mismas actividades, en que todos tengan la misma cantidad de necesidades, en que todos los hombres sean exactamente iguales a todas las mujeres, en que todos los hombres o las mujeres tengan el mismo tamaño o el mismo físico? ¡Ah!, se me olvidaba, si los seres humanos llegásemos a ser desplazados totalmente por robots con el mismo nivel de técnica y de ciencia, entonces, tendríamos que preguntarle a la dialéctica: ¿somos todos y todas exactamente iguales todo el tiempo o en cada fracción de tiempo que vaya transcurriendo? Lástima que no esté con vida Sir Winston Churchill para que nos legue la respuesta científica y correcta en base a las leyes de la lógica aristotélica de su anticomunismo.
Ya es tarde para que Sir Winston Churchill sepa, sin equívoco, que el socialismo no es un régimen que distribuya con igualdad la miseria ni tampoco la riqueza, sino que es y será el de la producción planificada para que se produzca una mejor satisfacción de las necesidades del ser humano mientras se penetra y se avanza en la fase propiamente comunista. Por eso no se afinca en promesas incumplibles como la tal igualdad o egalité entre todos los integrantes de la sociedad como principio rector de su cultura y de su arte.
Actualmente, por eso escribo sobre el tema, muchos medios de comunicación han hecho del concepto de Winston Churchill una bandera de lucha contra el proceso bolivariano satirizando el socialismo.